Las ciudades en las que vivimos y trabajamos son producto de una larga historia que comienza hace casi 10.000 años en la lejana China y en Mesopotamia. Cada época histórica, con el transcurrir de los siglos, ha ido dotando de contenidos la idea de ciudad.
Todo empieza con la sedentarización del neolítico hace mas de 10.000 años.
Sin duda, las ciudades actuales responden a las dinámicas industriales y posindustriales de principios del siglo XXI. Pero la idea de ciudad también mantiene elementos históricos que hoy perviven o se pueden recuperar dotándola de contenido.
Las catedrales románicas y góticas, los templos grecolatinos, las murallas medievales o los palacios y jardines de los reyes absolutistas que quedan en pie, y los ciudadanos sienten con orgullo, son las plasmación material de un legado que también es, quizá con mayor importancia, conceptual y espiritual. Esta herencia forma parte esencial de lo que entendemos por ciudad.
Veamos una breve evolución histórica de la idea de ciudad en la época preindustrial desde el punto de vista del geógrafo, para determinar sus aportaciones a lo que hoy entendemos como tal. Luego vendrían las máquinas y las fábricas, los medios de comunicación, el sistema capitalista, el consumismo y la terciarización de la era posindustrial.
Los cambios han sido tan profundos que merece la pena detenerse en los tiempos en que las ciudades no estaban tomadas por los coches, el asfalto, el vidrio, el acero, el frenesí o los masivos estímulos de la publicidad. Tal vez lo mejor del “alma de la ciudad”, en expresión de Oswald Spengler, resida en sus raíces preindustriales y tengamos que volver a algunas de ellas, en especial las que tienen que ver con los ritmos vitales.
Oswald Spengler
La idea de ciudad en las primeras civilizaciones: centro de poder político y religioso
Para la Edad Antigua, desde las primeras civilizaciones mesopotámicas, el concepto de ciudad está bien definido. Se trata de ciudades-estados que dominan un territorio más o menos amplio.
Catal Huyuk, en Anatolia. Está en pie desde el VIII milenio A.C.
Las ciudades eran desde el principio centros teocráticos, lugares de devoción y consulta a los oráculos, que justificaban el origen del poder militar y político del rey, basileus o faraón que allí residía. Eran núcleos de escasa población y economía agraria, pero su naturaleza estaba bien definida: eran básicamente centros de poder.
Colosos de Memnon en Tebas, antigua capital del antiguo Egipto desde finales del III milenio A.C.
Representan al faraón Amenhotep III. Los colosos son símbolos de su poder político y religioso.
Grecia y Roma: la ciudad sede de la ley, la ciudadanía y la organización del territorio
Con Grecia y Roma la ciudad ganó en orden, planeamiento urbano y organización social. En Grecia la polis clásica fue el centro de la ley y del gobierno del pueblo. El ágora, la plaza pública, era el lugar donde los ciudadanos podían discutir todos los asuntos.
Recreación de ciudad de la antigua Grecia. Con el ágora (la plaza pública) destacada como centro de la vida urbana.
Durante el Imperio Romano las ciudades ponen de relieve uno de sus rasgos esenciales: su capacidad organizadora del territorio, pues “todos los caminos van a Roma” y el imperio se percibe como despensa de la ciudad. Roma es el lugar central que ordena y articula el espacio y desde ella se trazan vías que recorren el imperio, desde Dalmacia a Lusitania, desde Judea a las islas de los Britanos.
Además, la ciudad otorga el carácter de ciudadano. El ciudadano romano, libre y pater familias, vivía bajo el privilegio de estar amparado por el derecho romano. Así pues, en la antigua Roma la ciudad es el lugar central organizador y dominador del espacio y la sede de la ley y de la libertad.
Plano de ciudad ideal romana con sus dos grandes avenidas Cardo y Decumano que convergen en el foro
El aire de la ciudad hace libres
Como es bien sabido, el mundo urbano romano se derrumba con la caída del imperio a partir del siglo III y la Alta Edad Media será un mundo rural. Los centros territoriales serán los monasterios y los castillos de los señores feudales.
Sólo a partir del siglo XI la vida en las ciudades volverá a resurgir de la mano de los intercambios comerciales. En palabras del geógrafo Rafael Puyol en su obra Geografía Humana (Ed. Pirámide, 1990) la ciudad aparece entonces “como el centro de las libertades”. Aunque la ciudad permite huir del sometimiento feudal la verdad es que en las ciudades medievales la vida tiene una organización inflexible.
Las murallas protegen pero también aseguran la recaudación fiscal y la segregación espacial. En los arrabales viven los menesterosos, en las juderías los judíos y en el centro los adinerados y poderosos. Eran centros de mercado, pero también, y esto será una constante intemporal, del poder político y religioso.
Florencia a fines del siglo XV. El amurallamiento y la convergencia hacia el centro de calles abigarradas y de trazado irregular son sus rasgos mas apreciables.
La Edad Moderna, centros del lujo cortesano y del comercio
Luego vendrán los reyes absolutistas de la Edad Moderna y cuando decidan fijar la corte –en España el pusilánime Felipe II establece la corte en Madrid en 1561- las ciudades se convertirán no sólo en centros de poder, sino también de lujo, dispendio y grandes jardines y palacios. Versalles o La Granja de San Idelfonso serán símbolos del poder absoluto.
Plano de Versalles en 1746, de Abbe Delagrive, geógrafo de la ciudad de París.
Pero también las ciudades van a ser centros comerciales y de negocios. Sevilla, Venecia o Rotterdam lucen esplendorosas el fruto de su dinamismo mercantil. Y es que ahora la ciudad consolida uno de los grandes criterios que la definen: la actividad comercial, el ser centro de negocios.
Salvo casos excepcionales estas ciudades tendrán una población modesta. Como señala el geógrafo J. Estébanez, en la obra colectiva editada por Taurus Geografía general, rara vez superan los 100.000 habitantes. La llegada masiva de habitantes será a partir de fines del siglo XVIII, con el éxodo rural provocado por la revolución industrial.
Por lo pronto, la ciudad preindustrial aglutinó algunas de las esencias que hoy siguen definiendo a una ciudad: centro de poder y de lujo, espacio de libertad, lugar de comercio y núcleo vertebrador del territorio. La ciudad industrial y posindustrial traerá la era de la aceleración de la vida urbana. Pero esa ya es otra historia.