Que la crisis financiera mundial, aliada con el reventón de la burbuja inmobiliaria de nuestro país, ha aumentado la pobreza en España es un hecho incontestable. Como es evidente también que este expolio del bienestar social se ha cebado con los territorios más humildes, que ya partían de una situación de pobreza relativa, comparada con los índices medios nacionales, considerable.
Fuente: Burbuja.info.
En el mapa de arriba se observan regiones que, como Extremadura o Andalucía, estaban por debajo de la renta media nacional en 1975, muy alejadas de la riqueza catalana, vasca o madrileña. Y en el siguiente se refleja, a través del PIB por habitante, la situación actual que sigue marcando claramente la existencia de un sur de España en condiciones de clara pobreza relativa, en relación al conjunto nacional (fuente: INE).
A la terquedad practicada desde los gobiernos, que niegan la situación, se oponen los fríos datos de la estadística y la cartografía que los refleja. Ambos medios de expresión reafirman que la desigualdad territorial histórica se afianza y la pobreza absoluta que vive un porcentaje considerable de la población y que los pone al borde de la exclusión corre el riesgo de hacerse estructural, si se tiene en cuenta la situación del mercado de trabajo.
Para más inri, vivimos un momento socio-político que está consiguiendo que la pobreza sea vista como producto de la suma de fracasos personales, estigmatizando y culpabilizando al parado, al preferentista estafado, al dependiente o al excluido. Y, por tanto, este recorrido argumental se despliega con la intención de concluir que toda posible solución solo puede venir de la caridad y la conmiseración, la suerte o la emigración.
Volvemos a remozar en España, justificadas moralmente, las teorías malthusianas. O aquellas que gente como Herbert Spencer o William Graham Sumner defendían en el siglo XIX y que, bajo el darwinismo social más radical, venían a decir que el destino de los más débiles es su desaparición. Al final tenemos, por tanto, que los territorios empobrecidos y las personas excluidas socialmente son linchadas y despojadas de los mínimos necesarios para subsistir con dignidad, convertidas en subclases sociales, subconsumidores; y los territorios en desventaja histórica están poblados de parásitos y subvencionados, cuando lo cierto es que, en otros tiempos nada lejanos, interesó fomentar estas situaciones a los mismos que hoy las apuntan con el dedo descarnado del cinismo.
La única alternativa personal que, al menos por el momento, están encontrando los españoles en riesgo de exclusión o de caída en la desesperación es la reactivación de los flujos emigratorios a países más solventes económicamente y que ofertan puestos de trabajo. Por contra, los inmigrantes que llegaron en los años de bonanza, principalmente sudamericanos, vuelven en un número considerable a sus países de origen, que parecen ofrecer ahora mejores posibilidades laborales. Esto ha hecho que, con datos de abril de 2014, la población española disminuya en alrededor de 400.000 personas en un año (46.725.164 habitantes actualmente).